PARA MIS QUERIDOS ABUELOS,
MARÍA Y RODOLFO
Recordamos a dos grandes personajes, amigos, servidores y seguidores de
Dios, y por medio de ellos, rendimos tributo y reconocimiento, a muchos
excelentes varones y mujeres, que han hecho de su vida, un servicio constante a
sus descendientes.
Santa Ana y San Joaquín son los padres de María Santísima, por lo tanto,
los abuelos de Jesús, la Iglesia los celebra como patronos de los abuelos.
El Papa Benedicto XVI, resaltó la importancia del rol educativo de los
abuelos, que en la familia “son depositarios y con frecuencia testimonio de
los valores fundamentales de la vida”.
El Papa Francisco, destacó que “los santos Joaquín y Ana forman parte de
esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la
familia…, ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado
para transmitir la fe!”
Mis queridos abuelos que, con gran cariño y paciencia, vas
sembrando la curiosidad a los que te admiran, como un roble fuerte, animoso y
siempre dispuesto a colaborar, con la crianza de los menores que siguen en
el hogar. Rodolfo y María, los padres de mi madre, Maura Celestina, como muchos
de ustedes aquí presentes, eran mis abuelos, vivían en el campo, rodeados de
sus animales y de sus chacras, amaban las plantas y los riachuelos que en ellos
había, vivían para disfrutar de lo que criaban y producían.
Él, era un tipo muy amable, siempre sonriente y a pesar de las
dificultades jamás se doblegaba, tenía una mirada franca y directa, le gustaba
mirar hacia el cielo, las nubes, el sol y parecía algo leer entre dientes,
mientras con su mano derecha a modo de visera se cubría de los rayos solares.
Ella, de una amabilidad infinita, tan servicial y tan animosa para hacer
las cosas de la casa. Jamás faltaba una taza de café para un invitado, un
pedazo de queso, con pan casero preparado por la mañana y con un olor
exquisito. Hablaba siempre con autoridad sobre las cosas del tejido
y la forma de preparar el quesillo, el calostro y la riquísima mantequilla.
Cuántos recuerdos tenemos de nuestros queridos abuelos, cuántas enseñanzas, cuántas anécdotas que hemos
compartido de pequeños, cuántas travesuras que nos han soportado o simplemente
no han querido darse cuenta, cuántas cosas que agradecer por su compañía,
cuántas emociones compartidas y siempre presentes en la memoria.
Aprendí a disfrutar de la naturaleza, del silencio para escuchar a los pajaritos, a las
gallinas, el ladrido de los perros, el valar de las ovejas, el mugido de las
vacas y el canto de los labradores en la siembra y en la cosecha.
Aprendí que, con ellos, la vida es tan simple y tan bella, no hay tiempo para mañana, no hay apuro por
llegar, no hay temor para decir y hacer las cosas, no hay obsesiones o apegos a
las cosas sin valor, que Dios está siempre en el momento requerido,
que sonríe, que perdona, que ama, que tolera, que Dios es uno de ellos, que
camina con ellos, que también es otro abuelo y siempre joven en su modo de
pensar con paciencia, amor y sabiduría.
Mis queridos abuelos, si hoy te veo un poco más lento es porque
aprendiste a amar y a saborear el tiempo para meditar y disfrutar más de las
cosas divinas, ya no cuentas los años porque ellos te cuentan a ti las
memorias vividas y las convicciones que no están sujetas al decaimiento, eres
tan joven porque piensas que la juventud se lleva en lo vivido que da la
inteligencia de lo aprendido, eres tan fuerte, valiente y útil porque crees que
lo eres.
Tus canas son un capital, mi querido abuelo, tú no vendes tus
canas, sino que vendes tu talento, habilidad y sabiduría acumulada de ardua
labor de los años, las dietas y los ejercicios no te mantendrán joven
porque cuando dejes de soñar y de haber perdido interés en la vida, recién
envejecerás, llena tu mente con las verdades divinas e irradia los
brillantes de tu amor, así es la juventud.
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