CAMINO DE VIDA
En el siglo primero los recorridos que la gente hacía podían durar
días e incluso semanas, de forma que debían unirse diversas personas para
cuidarse unos a otros. Caminaban a un mismo ritmo, a una misma dirección, a una
misma meta. Al compartir el tiempo y el pan, surgía una relación. Al sentirse
acompañados no se ocultaban ni desaparecían las dificultades, pero rompiendo
con los obstáculos que alejan, como la autosuficiencia, y buscando la unidad,
sabían que siempre contaban con un amigo a su lado.
Nosotros vamos por el camino de la vida y no podemos ir solos.
Necesitamos compañía. Por eso Dios ha querido recorrer este camino a nuestro
lado. Se trata de un Dios que permanece junto a nosotros y que da el impulso
para levantarnos cada día. Así, el Padre se ha preocupado por darnos el
alimento que da las fuerzas para seguir adelante. Se trata del Pan que da la
vida.
Esta compañía, que Dios da gratuitamente, sólo pide que nos
dejemos acompañar cada vez que vamos a la Eucaristía y escuchamos interiormente
sin la ayuda de palabras. Es en el sagrario donde podemos ver, sin hacer uso de
nuestros ojos, podemos sentirnos acompañados al estar delante de un pedazo de
pan que, sin manos, da palmadas de consuelo, y sin pies, camina siempre a
nuestro lado.
Cristo se ve necesitado de nosotros en la medida que nosotros le
necesitemos. Por eso optó por darse como alimento que da las fuerzas. El camino
es largo y Él lo sabe. Nos comprende y también nos sabe exigir para que seamos
más conscientes de lo mucho que valemos. La compañía que Cristo ofrece desde el
sagrario implica un encuentro constante y, por pura gracia, se va haciendo
profunda y personal.
Pero
debemos permanecer a su lado.
El Señor sale a nuestro encuentro con una
fragilidad amorosa que es la Eucaristía. En el Pan de vida, el Señor nos visita
haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de
frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí "se
celebra el memorial de su pasión", del amor de Dios por nosotros, que es
nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar.
Por eso, nos hace tanto bien el memorial
eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria
viva y consoladora del amor de Dios. Memoria anamnética y mimética. En la Eucaristía
está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el gusto de su
Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro
corazón la certeza de ser amados por él.
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de junio de 2017)
http://www.es.catholic.net/op/articulos/70559/evangelioBoletin.html#modal
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