MARÍA MODELO DE FE
María se muestra obediente a la
Palabra de Dios Padre y acepta ser la Madre del Hijo de Dios.
1.-MARÍA, LA JOVEN DE NAZARET. Ella fue una muchacha de su tiempo.
Llevó, sin duda, la vida normal de una joven israelita, en el seno de una
familia creyente, según los usos y costumbres de su época. Creció con las
ilusiones lógicas de su edad y compartió la esperanza de su pueblo en las
promesas de Dios.
2.-EL SI DE MARÍA. Y María se entrega generosamente al plan de Dios.
Le dice «Sí». Firma en blanco para el Dios sorprendente que le va a llevar por
caminos insospechados y nuevos. María con su respuesta pone de manifiesto una
gran capacidad de fe, de confianza, de entrega y disponibilidad. Pero también
muestra su espíritu joven.
3.- LAS ACTITUDES FUNDAMENTALES DE MARÍA
A.- CONTEMPLACIÓN. María aparece en los Evangelios como una mujer que
medita y profundiza los acontecimientos para descubrir en ellos la luz de la
Palabra de Dios.
B.- DISPONIBILIDAD ABSOLUTA A DIOS. El «Sí» de María en la Anunciación
es un «Sí» generoso y total que no sabe de tacañerías, limitaciones y
condiciones...
C.- SERVICIO DEDICADO A LOS DEMÁS. Con esta actitud de servicio, María
nos enseña que a Dios lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de
ayuda.
D.- COMPROMETIDA EN LA TAREA DE LA LIBERACIÓN. María tiene la
experiencia vital de su pobreza, indigencia y necesidad de la intervención
salvadora de Dios. Ella es la primera entre los humildes y olvidados de la
tierra.
E.- FIDELIDAD EN EL SUFRIMIENTO. María, unida en todo a su hijo Jesús,
conoce bien pronto el alcance de las palabras que le dijo el anciano Simeón:
«una espada te atravesará el corazón»
4.-MARÍA, SOPORTÓ LAS CRÍTICAS DE
SU HIJO. Soportó las críticas contra
su Hijo, cuando decían que era un ignorante (Jn 7,15); y no creían en él sólo
porque era “el hijo del carpintero” (Mc 6,39); o cuando decían que era “un
borracho y un comilón, amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,34). El dolor de
María alcanza su punto culminante en el Calvario soportó el dolor y la pena,
para no abandonar a su Hijo condenado a la vergonzosa muerte de cruz, cuando
todos sus discípulos lo habían abandonado (Jn 19,25).
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