LOS RECUERDOS DE UN ABUELO
Introducción
Todos tenemos
hermosos recuerdos de nuestra niñez y adolescencia. Un joven, llamado Patricio,
de rasgos muy parecidos a los de sus padres peruanos y de modo especial de la
selva, descubre una vieja consola en el desván de su abuelo. Al encenderla, se
sumerge en un mundo de píxeles y sonidos nostálgicos. Su abuelo, llamado
Gaspar, de origen americano, pero de madre asiática, viejo bonachón y jovial,
al verlo jugar, sonríe y comienza a compartirle sus juegos de niño y de
adolescente, en el campo de tu querido pueblo de San martirio de juventud.
Hijo, le decía: “Nada que ver, con los juegos que ahora tú tienes y compartes
con tus amigos, en mi tiempo, creo que éramos más creativos”
Desarrollo
El abuelo narra
cómo títulos como Super Mario Bros, The Legend of Zelda y Street
Fighter no solo eran entretenimiento, sino experiencias que unían a amigos
y familias. Recuerda tardes enteras en las salas de arcade, donde los jugadores
descubrirán secretos sin necesidad de guías ni internet. Patricio, fascinado,
prueba cada juego y comprende que la diversión no depende de los gráficos, sino
de la magia que transmite. Patricio, un joven curioso, descubre una vieja
consola en el desván de su abuelo. Al encenderla, los sonidos y gráficos
pixelados lo transportan a otra época. Su abuelo, Gaspar, al verlo jugar,
sonríe con nostalgia y decide contarle historias sobre los videojuegos que
marcaron su juventud.
Clímax
El nieto reta a su
abuelo a una partida de “Pac-Man”. Entre risas y competencia amistosa, el joven
comprende la importancia de estas reliquias digitales. Se da cuenta de que los
videojuegos clásicos no solo marcaron a su abuelo, sino que siguen dejando
huella en nuevas generaciones. En aquellas épocas las formas de jugar y de
divertirse con los amigos y en familia, era de modo simple, se formaban grupos,
se elegían las reglas y las competencias se definían en el campo o por sorteo.
Por ejemplo: El pan, pin, pun. Era un juego parecido a la “Matachola” donde, a
quien le caía la pelota quedaba “muerto” y estaba fuera de juego; pero, en el
pan, pin, pun, no solamente quedaba fuera de juego, sino que se le pintaba la
cara de rojo, las manos de azul y los zapatos de amarillo, y quedaban muy
coloridos. Y por supuesto, se esforzaban para no quedar de esa manera. La
pelota era de trapo, si caía fuerte producía dolor y quedaba el recuerdo para
el día siguiente. El abuelo también le habla de los juegos de su infancia fuera
de las pantallas: desafíos en el barrio, competencias en la escuela y juegos
improvisados con amigos. En aquel entonces, no importaban los recursos, sino
la creatividad y la emoción de compartir.
Desenlace
Inspirado, Patricio
decide compartir estos juegos con sus amigos. Pronto descubre que lo que
realmente hace especiales a los videojuegos no son los gráficos, sino las
historias y recuerdos que crean. Con una sonrisa, el abuelo le entrega la
consola como un regalo, sabiendo que su legado continuará.
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