TESTIMONIO Y UNIDAD
Jesús nos invita a tener
cuidado para no usurpar un lugar que no nos corresponde: el de jueces.
Naturalmente tendemos a pensar que aquellos que no comparten nuestras opiniones
o nuestras formas de actuar están equivocados, pero Él nos recuerda gentilmente
que esto no es verdad.
Mientras nosotros nos
detenemos a observar lo externo y, especialmente, los errores de los demás, la
mirada de Cristo penetra hasta lo más profundo del corazón: las intenciones,
los deseos, las pasiones. Ante Él todo se muestra claro y como es, sin dejar de
lado los errores, ni las limitaciones. Por eso, es Él y sólo Él quien puede
realmente juzgar a los demás.
Sin embargo, la petición
de Jesús no se detiene allí. No basta con abstenernos de formular juicios sin fundamento
alguno, sino que nos invita a pensar bien de los demás; y aunque no es siempre
fácil, ante los ojos de Dios tiene más mérito.
Por eso, Cristo nos pone
metas altas, "amad a vuestros enemigos", y nos advierte que con la
medida con que midamos seremos medidos. Esta advertencia la hace con la
confianza absoluta de que sabremos responder con amor a Aquel que por amor
murió en la cruz
La esperanza es don de
Dios. Debemos pedirla. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada
persona para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y
ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor.
Tenemos necesidad de
fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que puedan dar
fruto. En primer lugar, la certeza de la presencia y de la compasión de Dios,
no obstante, el mal que hemos cometido.
No existe lugar en nuestro
corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios. Donde hay una persona
que se ha equivocado, allí se hace presente con más fuerza la misericordia del
Padre, para suscitar arrepentimiento, perdón, reconciliación, paz.
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de noviembre de 2016)
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