RESPONSABILIDAD
Y FAMILIA
Cada
familia cristiana es una “comunidad de vida y de amor” que recibe la misión “de
custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real
del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su
esposa”. Es una comunidad que busca vivir según el Evangelio, que vibra con la
Iglesia, que reza, que ama.
Para
vivir el amor hace falta fundarlo todo en la experiencia de Cristo, en la vida
de la Iglesia, en la fe y la esperanza que nos sostienen como católicos.
En
estas líneas queremos reflexionar especialmente sobre la responsabilidad que
tienen los padres en el cultivo de la fe en la propia familia. No sólo respecto
de los hijos, sino como pareja, pueden ayudarse cada día a conocer, vivir y
transmitir la fe que madura en el amor y lleva a la esperanza.
1. LA ORACIÓN EN FAMILIA
La
oración es para cualquier bautizado lo que es el aire para los seres humanos:
algo imprescindible.
Aprender
a rezar toca a todos: a los padres, en las distintas etapas de su maduración
interior; a los hijos, desde pequeños y cuando poco a poco entran en el mundo
de los adultos.
La
oración en la vida familiar tiene diversas formas. El día inicia con breves
oraciones por la mañana. Por ejemplo, los padres pueden levantar a sus hijos
con una pequeña oración; o, después de asearse o antes del desayuno, todos
rezan juntos una pequeña oración (el Padrenuestro, el Ave María, parte de un
Salmo o del Magníficat, etc.).
2. APRENDER LA FE EN FAMILIA
Vivir
en un clima continuo de oración abre los corazones al mundo divino. Esa
apertura necesita ir acompañada por el estudio de todos, tanto de los padres
como de los hijos, para conocer a fondo el gran regalo de la fe católica.
Los
modos para lograrlo son muchos. La lectura y el estudio de la Biblia, especialmente
de los Evangelios, resultan un momento esencial para conocer la propia fe. Para
ello, hace falta recibir una buena introducción, sea a través de cursos en la
parroquia, sea a través de la lectura de libros de autores católicos fieles al
Papa y a los obispos.
De
un modo más concreto, la familia en su conjunto o cada uno (según la propia
edad) puede encontrar un momento al día para leer una parte del Evangelio. No
se trata de una lectura simplemente informativa. Se trata de preguntarse,
sencillamente, en un clima de oración: ¿qué quiere decirme Cristo con este
texto? ¿Cómo ilumina mi vida?
3. VIVIR EL EVANGELIO EN FAMILIA
Una
fe sin obras, nos recuerda la Carta de Santiago, es estéril. No entra en el
Reino de los cielos el que dice “Señor, Señor”, sino el que cumple la Voluntad
del Padre.
La
familia que reza, la familia que estudia su fe, también sabe vivir aquello que
ha llevado a la oración, busca aplicar lo que ha conocido gracias a la bondad
del Padre que nos ha hablado en su Hijo.
El
primer ámbito, desde luego, es el de la propia familia. Vivir el Evangelio
implica crear un clima en el hogar en el que se lleva a la práctica el
principal mandamiento: la caridad. El amor debe ser el criterio para todo y
para todos. Y quiero terminar con la frase de san Juan Pablo II “Familia que
reza unida, permanece unida”.
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