ACTITUDES DE AMOR
Como podríamos comenzar
nuestra meditación sin pensar en la palabra que resuena, se “entregó". Es
el mismísimo Dios, el eterno creador que entrega a su Hijo para nuestra
salvación, y es ahora Él, el que nos interpela y nos pide una entrega según
nuestras posibilidades.
Es hermoso ver la vida de
los santos y de personas que han desgastado sus vidas por amor a Cristo, por su
misión y para la salvación de las almas, en fin, para que Cristo pueda reinar
en todos los corazones.
Pidamos al Señor la gracia
de corresponder a ese amor; que podamos ser verdaderos apóstoles; que ese amor
que experimentamos cada vez que hacemos una visita eucarística, cada vez que
recibimos su preciosísimo Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, haga que
nuestros corazones sean verdaderas llamas de amor, y que con ellas podamos
iluminar a quienes están necesitados de una lámpara para seguir el camino o
para reemprender el sendero.
Hoy, en especial, nos pide
que seamos ejemplo, que con nuestras obras y con nuestro testimonio, llevemos
cada vez más almas a Cristo.
No nos olvidemos que
nuestro trabajo de cada día es una ocasión para agradar a Dios y, de ese modo,
santificarnos y santificar lo que hacemos, porque lo hacemos con amor y
responsabilidad de apóstoles de Cristo.
Cuánta alegría y consuelo
nos dan las palabras de san Juan: es tal el amor que Dios nos tiene, que nos
hizo sus hijos, y, cuando podamos verlo cara a cara, descubriremos aún más la
grandeza de su amor.
No sólo eso. El amor de
Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso
más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos. Es un
amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos obstáculos que nosotros,
por el contrario, solemos poner a una persona, por temor a que nos quite
nuestra libertad.
(Homilía de S.S. Francisco,
9 de marzo de 2018). http://www.es.catholic.net/op/articulos/69087/evangelioBoletin.html#
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