CORAZÓN
Y PAZ
Una
de las experiencias más enriquecedoras que podemos tener, como seres humanos,
es el poder experimentar la verdadera paz en el corazón, una paz que nos da
serenidad, tranquilidad, alegría, goce; pero que a su vez es una paz difícil de
encontrar. Muchas veces nos parece ajena, imposible en los momentos de
dificultad, sentimos temor, nos encontramos desconcertados como lo estuvieron
también los apóstoles, nos surgen preguntas, ya que no tenemos las seguridades
humanas y, por tanto, no sabemos qué sucederá.
Ante
estos momentos, de incertidumbre o de pérdida de paz, el Señor hoy nos quiere
mostrar dos maneras de vivir que nos pueden ayudar.
En
primer lugar, hay que poner en práctica la visión sobrenatural de fe, lo cual
quiere decir que, si Jesucristo murió y resucitó por cada uno de nosotros, Él
es la fuente de la paz; lo único que tenemos que hacer es confiar más en Él
pues su muerte es redención de aquello que nos quita la paz, el pecado.
En
segundo lugar, para no perder la paz, tenemos que conservar en todo momento la
esperanza, pues por Dios hemos sido creados y, por ende, nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Él como nos enseña san Agustín. "La paz os
dejo, mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da."(Juan 14,27)
En
la Cruz, ha cargado con todo el mal del mundo, también con los pecados que
generan y fomentan las guerras: la soberbia, la avaricia, la sed de poder, la
mentira... Jesús ha vencido todo esto con su resurrección. Cuando se apareció
en medio de sus amigos les dijo: "Paz a vosotros" (Jn 20,19.21.26).
Nos lo repite también a nosotros aquí, en esta noche: "Paz a
vosotros".
Sin
ti, Señor, vana sería nuestra oración y engañosa nuestra esperanza de paz. Pero
tú estás vivo y obras para nosotros y con nosotros; tú, nuestra paz.
(Homilía de S.S. Francisco,
23 de noviembre de 2017)
http://www.es.catholic.net/op/articulos/68997/evangelioBoletin.html#modal
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