JAMÁS
TEMERÉ
Contigo,
Señor, no tengo nada que temer. Puede ser que la tormenta me esté ahogando, que
las olas parezcan devorarme, que la oscuridad me quiera robar la esperanza, que
la desesperación invada mi alma… pero si Tú estás conmigo nada temo.
Hoy
me dices que no tema, que eres Tú, que ahí estás siempre cuando más te
necesito, cuando menos entiendo, cuando el dolor me empaña la vista. No temer
es confiar que Tú siempre, siempre me acompañas, me cuidas, me proteges, me
guías.
¡Qué
difícil es encontrarte en medio de la tentación, de la tormenta, de la
dificultad! En este pasaje me enseñas que no sólo estás presente en mis malos
momentos, sino que incluso caminas sobre ellos, que te vales de ellos para
venir a mí, que son instrumentos de tu acción en mi vida.
Tú
caminas sobre las aguas de mi soledad, de mi tristeza, de mis frustraciones,
sobre las aguas de mi desempleo, de mi incomprensión, de mi desilusión. Sólo me
pides fe para creer que Tú siempre estás, para que no tema, para que confíe en
tu amor que me es fiel y me sostiene.
Dios
habla como el padre al hijo. Cuando el padre quiere hablar al hijo empequeñece
la voz y también busca hacerla más parecida a la del niño. Cuando el padre
habla con el hijo parece que hace el ridículo, porque se vuelve niño: esto es
la ternura.
Por
eso Dios nos habla así, nos acaricia así: "No temas, gusano, larva,
pequeño". De tal modo que parece que nuestro Dios quiera cantarnos una
canción de cuna. Nuestro Dios es capaz de esto, su ternura es así: es padre y
madre.
(Homilía de S.S. Francisco,
14 de diciembre de 2017). http://www.es.catholic.net/op/articulos/69096/evangelioBoletin.html#
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