Mulier ecce
filius tuus [...] ecce mater tua.
“Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Hijo, ahí tienes a tu madre”
Juan, 19, 26 – 27
¡Qué
palabra tan hermosa, tan profunda, tan humana, tan maternal, tan cercana, tan
tierna: madre – mamá – mamacha – mujer! El mismísimo Dios se inclina
profundamente ante su propia creación. No
es debilidad es amor. No se rebaja, sino que enaltece. No trae la muerte, sino
la vida y la salvación. Su presencia da sentido a la trascendencia humana.
El
amor y el cuidado mutuo está presente en este acto de amor. Jesús estaba
colgado en la cruz, ya no tenía nada más que dejar, sino entregar al discípulo
amado, Juan, el cuidado de su madre. Inmenso
amor por parte de Jesús, que no dejó a su madre desamparada. Parte de la vida
humana, es el sentirse en la “noche oscura del alma”.
Profundo
dolor de una madre, Santa María, vivió plenamente la pasión de su hijo, en
ningún momento de alejó de él. Con el corazón desgarrado, tuvo que mantenerse
en pie. El coraje de una madre, que jamás se doblega ante el dolor. La ironía del amor hasta sus últimas
consecuencias. Amor con dolor, el dolor inseparable del amor, en esta escena
final de la vida terrenal de Jesús.
El
mismo Jesús, que sentía un profundo amor por la humanidad, también se vería “abandonado”
por el desprecio y la dureza del corazón del hombre. Nada más doloroso que
sentir, que eres apartado del lugar que has venido a salvar, sanar y unir. La contradicción del hombre que, rechaza el
amor y se convierte en algo vil y despreciable para sí mismo y para los demás.
¡Qué incomprensible el corazón del hombre, qué
distorsión tiene la mente humana que, es capaz de las peores aberraciones! Jesucristo, que mostró misericordia plena, con los más necesitados y
abandonados por el mismo hombre, vino para recordarnos nuestra dignidad divina
y humana. El hombre pierde
permanentemente la conexión con la divinidad por su libre albedrío y voluntad.
El
hombre es libre para pensar y actuar como mejor le parece, pero, debe aprender
a asumir la responsabilidad de sus actos y de sus palabras. El ser humano es
trascendente desde su presencia en este planeta tierra. No es simplemente terrenal, pues, su capacidad de pensar, amar, sentir
y crear, van más allá de un simple “polvo eres y al polvo volverás”. Trascendemos esta existencia y experiencia
humana.
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, la unión perfecta
de lo divino y lo humano, nos devuelve la dignidad de esa grandeza humana –
divina. Asegurándonos que, la flaqueza de espíritu puede ser
superado con fidelidad a una causa y propósito de vida. No podemos quedarnos en
un simple acto de cobardía, y justificarnos que fue un simple “error”. El matar, el desprecio, el abuso, la
cobardía, el odio, los celos, el rencor …, no es una acción “inocente”.
Finalmente,
esta excelente frase de Jesús, llena de amor filial a la fidelidad maternal: “Mulier ecce filius tuus [...] ecce mater tua”, jamás
puede dejarnos indiferentes. El mensaje
es: Debemos mostrar un profundo y
reverencial amor a nuestra madre. Jamás juzgues a una madre. No tienes ningún derecho
para ser juez de una madre. Ninguna mujer es culpable para Dios. No sabes el
dolor que lleva. No sabes el amor que tiene.
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